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El mero hecho de pronunciar los nombres de estos dos destinos ya evoca en nuestra mente imágenes de playas paradisíacas, hileras infinitas de palmeras, acantilados forrados de un verde intenso y nuestros pies acariciados por la arena bajo las cristalinas aguas del océano Pacífico. Un viaje combinado a Hawái y Polinesia Francesa es probablemente el más anhelado por parejas para su luna de miel. Sin embargo, ya sea con el fin de recrear las exploraciones de James Cook o las aventuras del escritor americano Jack London, un viaje por estos lares del mundo puede -y debe- ser mucho más que playas y relax. ¡Comenzamos!

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1. pisar tierra jurásica

¿Por dónde íbamos a comenzar sino? Son ya muchos años organizando viajes a medida alrededor del mundo y en Viajes Bilbao Express sabemos la ilusión que os hace pasear por esos paisajes nebulosos y recrear las clásicas escenas de la película Parque Jurásico. Pero más allá del morbo prehistórico, estos paisajes presentan un mosaico inigualable de valles verdes, vertiginosos acantilados, selvas tropicales y volcanes, algunos de ellos aún activos. Quizá no te topes con un Tiranosaurio Rex – y mejor que así sea- pero la variada fauna del archipiélago continúa siendo suficiente atractivo para los amantes de los animales. Tortugas marinas, ballenas jorobadas, focas, delfines, hasta 48 especies endémicas de aves…

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2. Nadar con tiburones y mantas raya

Basta con teclear Polinesia Francesa en la red social de turno para descubrir uno de los principales atractivos de este paradisíaco archipiélago. Bañarse con inofensivas mantas raya y tiburones de arrecife es posible en la mayoría de sus islas. Moorea, por ejemplo, ofrece el lugar idóneo para bucear con tiburones limón y mantas raya. Bora Bora es probablemente la isla más reconocida de la Polinesia Francesa. Su laguna está considerada una de las más bellas del mundo, y el arrecife de coral que la circunda la convierte también en uno de los mejores lugares para nadar con tiburones de punta blanca y mantas raya. Otras menos conocidas como Rangiroa, la cual alberga el segundo atolón más grande del mundo o Manihi, en el archipiélago de Tuamotu, también brindan oportunidades excelentes para acercarnos de manera responsable y segura a estos animales.

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3. surfear en las mejores playas del mundo

Continuamos en el mar. Al fin y al cabo, estamos hablando de un viaje a Hawái y Polinesia Francesa 😉. Si has llegado hasta aquí, probablemente ya sepas que las islas de Hawái cuentan con algunas de las mejores playas del mundo para practicar surf. Los entendidos de este deporte se refieren con asiduidad a este archipiélago americano como la meca del surf. La famosa North Shore -costa norte- de la isla de Oahu brinda algunas de las mejores olas de la zona, así como hermosos paisajes isleños con los que deleitarse. Sin embargo, sería injusto olvidarnos de Honolua Bay en Maui, o de los spots estacionales de gran atractivo en Kauai, frecuentados por el reconocido surfista Andy Irons, entre otros.

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4. Visitar un volcán activo

Llegó el momento las almas valientes y los espíritus más aventureros. El Parque Nacional de los Volcanes da nombre a un amplio territorio salpicado por volcanes -menuda sorpresa, ¿verdad? 😊-, muchos de ellos actualmente inactivos a excepción del famoso Kilauea, en erupción desde enero de 1983, y Maunaloa. El primero es probablemente el más popular de todos y el cual permite disfrutar de uno de los espectáculos naturales más impactantes de la Tierra. Además de la actividad centrada alrededor de su caldera, también es común visitar la zona alta del volcán llamada Puu Oo Vent desde donde es posible observar tubos de lava precipitándose sobre el mar. ¡Lo dicho, una experiencia que no te querrás perder en Hawái!

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5. aventura por la selva

Tanto los archipiélagos de la Polinesia Francesa como el de Hawái, brindan espectaculares paisajes tropicales formados por acantilados, densas selvas y pintorescos valles de un verde vivo. La opulencia natural de estos ecosistemas ha despertado durante siglos el interés de exploradores y biólogos, y a día de hoy aún constituyen uno de los pocos recodos del planeta en los que vivir esa naturaleza viva que tanto ansiamos descubrir al menos una vez en la vida. Numerosas empresas turísticas ofrecen excursiones en 4 x 4, al más puro estilo Indiana Jones, en las que podrás descubrir rincones ocultos de las islas y alcanzar los miradores más espectaculares fuera de las rutas asfaltadas y más accesibles.

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6. snorkel y buceo en arrecifes de coral

Los archipiélagos que conforman la Polinesia Francesa ocupan con frecuencia los primeros puestos de los mejores lugares para bucear del mundo. No es difícil imaginar por qué. Esta colectividad francesa de ultramar aglutina 118 islas y atolones, de los cuáles solo 67 están habitados, muchos de ellos mínimamente. Estos atolones son pequeñas islas coralinas con forma más o menos circular con una laguna interior generalmente comunicada con el mar. Estas tranquilas y cristalinas aguas brindan un entorno idílico para la proliferación de fauna y flora marina, así como para la práctica del buceo o snorkel amateur.

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7. disfrutar del paraíso en la tierra

Playas desiertas de arena blanca y aguas tranquilas; hileras de palmeras, cocos frescos al alcance de la mano, temperaturas cálidas a lo largo del año… Ya sea en Hawái o en Polinesia Francesa podrás sentirte por un instante como Tom Hanks en la película Náufrago. Ese sentimiento de ser el primero que pone los pies en aquella playa harinosa. De no ir a cruzarte con ningún otro ser humano en días. De la intimidad eterna y los secretos guardados tras la maleza de la isla. Este no es un viaje para las prisas y los horarios estrictos. Sino para desear que el tiempo se detenga y el oleaje aminore el ritmo.

Un viaje a Hawái y Polinesia Francesa es quizá especialmente idílico para aquellos en busca de su luna de miel perfecta. Pero sin duda, a la altura de cualquier espíritu aventurero en busca de un destino incomparable, ya sea en familia, con amigos o incluso solo. Sí, ¿por qué no? Tú decides. Nosotros lo organizamos a medida para ti.

ASIER ELEJAGA

Dicen que toda gran aventura comienza con un paso, y antes de que yo pudiera dar el mío, ya me encontraba viajando con mi familia. Ellos motivaron mi avidez por ir allí donde no estoy. Más tarde serían las historias de Jack London, las aventuras de Alexander Supertramp y por supuesto la música, con su poder para transportarnos a lugares remotos.

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